Ocurrió en enero de 2020 en Pereira.  Como en muchas otras ocasiones, “ese señor” la había invitado a tomar cerveza para hablar de política y ella siempre se negaba, en especial porque él siempre le produjo desconfianza. Ante la insistencia, accedió a tomar un café en el Bolívar Plaza. Esta vez quien siempre la acompañaba estaba fuera de la ciudad, así que contrario a su regla de no salir sola, lo hizo.   

Se citaron a las 5 de la tarde a un encuentro que no tomaría más de dos horas. Acudió al punto, un café – restaurante tradicional para citas de política.  Allí saludó a dos personas que pasaban y se sentó en compañía de “ese señor”. Era un día caluroso, así que no pidió café. Pidió una cerveza y comenzó la charla. Una cerveza se convirtió en dos; fue al baño al otro extremo del lugar. Cuando menos pensó, ya era la hora de cierre. En el tercer piso había un bar y “ese señor” la invitó allá. Ella no podía caminar bien, así que la agarró de un brazo para ayudarla a subir las escaleras.   

Pidieron otra cerveza y aunque era consciente de que hablaba y hablaba todo lo que él le preguntaba, ella no quería estar allí, pero “había perdido la voluntad”. Seguramente se veía muy borracha. La charla ya había pasado a besos forzados mientras” ese señor” tocaba sus pechos y la invitaba a otro sitio para tener sexo. Con asco fue al baño del bar, cerró sus ojos y vio luces y luces, como cucuyos. Su nuevo recuerdo fue estar en otro sitio cerca en el centro de la ciudad, una cantina, tal vez. No lo recuerda bien. Ya eran las tres de la mañana y en un arranque de consciencia salió de allí, paró un taxi y tomó rumbo a su casa.   

Los días siguientes fueron de confusión, soledad y sentimiento de culpabilidad, pero sobre todo de sensación de ASCO. Nunca sabrá qué pasó. Nunca sabrá por qué una cita de dos horas terminó 10 horas después en una cantina. Se sintió avergonzada.   

Ella no quiso denunciar, pero contó su mala experiencia a varias personas en quienes sintió confianza. Dejó pasar el tiempo. Se alejó de todo lo que la acercara a “ese señor”, se fue a vivir a otra ciudad y siguió su vida.   

Este mes fue el detonante para escribir: vi a esas personas que conocían la historia hablando de trabajar por las mujeres, mientras apoyan públicamente a “ese señor”. Les reclamé y ante mi molestia y sensación de asco por su actitud, su respuesta fue: “Ella no quiso denunciar y ante su sensación de asco afortunadamente existe el “trague, trague y mastique”. ¿Qué sentirá la mujer que confió en esas personas?   

PD/ La violencia contra las mujeres en entornos políticos es poco abordado por las autoridades locales y organizaciones feministas, quienes infortunadamente pueden caer en prácticas revictimizantes. La falta de apoyo y claridad de rutas de denuncia, el desconocimiento sobre qué hacer en este tipo de situación, la estigmatización, la vergüenza y la cultura machista que tiende a proteger al abusador etc permiten que casos como éste queden en una historia más, poco visible e impune.